Es difícil describirse a sí mismo, aunque sea de un modo superficial y centrado en una actividad, en este caso la fotográfica. Desde casi siempre me encantó la fotografía; sentí fascinación por ese “milagro” que suponía captar momentos, la mayoría felices, y poder revivirlos después. Recuerdo que en la adolescencia siempre solía ser el encargado de hacer las fotos de amigos y grupos. Posteriormente conocí a personas, grandes aficionados a la fotografía, que influyeron en mi pasión fotográfica. Recuerdo el primer libro que me regalaron de fotografía, que aún conservo en mi amplia biblioteca de temas relacionados con el mundo fotográfico y que he releído varias veces: “FOTOGRAFIAR” de Burkhardt Kiegeland. Sin duda supuso un magnífico modo de iniciación en un mundo mágico, donde me familiaricé con técnicas, elementos, campos fotográficos y, sobre todo, fue un primer acercamiento a mirar la fotografía como un modo de expresión más que como una manera de guardar recuerdos.
Eran finales de los años 80 y 90; se prodigaban grandes publicaciones técnicas y culturales en torno al hecho fotográfico. Destaco dos de las publicaciones fundamentales en mi afición fotográfica: “Foto”, dirigida con gran acierto por ese gran maestro que fue Manuel López, y la revista “Arte Fotográfico”, centrada más en obras fotográficas. A través de esas publicaciones aprendí a mirar, a conocer a los grandes maestros de la fotografía de nuestro país, artesanos del proceso químico, maestros de la precisión técnica. Pero sentía que me faltaba algo que consideraba fundamental: poder ser el dueño de todo el proceso mediante el revelado químico.
Cuando ya estaba a punto de iniciarme en el cuarto oscuro surge con fuerza la fotografía digital en los primeros años del nuevo siglo. Los equipos fotográficos incrementaron notablemente su precio: cámaras, objetivos, flashes, tarjetas de memoria. La nueva tecnología evolucionó a velocidad de vértigo y todo se quedaba obsoleto enseguida. Un mundo totalmente nuevo y desconocido al cual muchos no pudieron seguir el ritmo; maestros que no se adaptaron a la nueva tecnología e incluso grandes marcas comerciales desaparecieron. Pero como nos sucede en la vida y en las experiencias propias, un reto puede convertirse en una oportunidad y así me lancé a aprender lo necesario para adueñarme completamente de todo el proceso creativo de la fotografía. Dicho y hecho.
Se sucedieron cursos de edición fotográfica. De la mano de grandes profesionales como Fernando Ortega (Foto Natura), Beatriz Moreno, y especialmente José Mª Mellado, un personaje considerado como uno de los más grandes maestros de la edición fotográfica digital, aprendí a procesar las imágenes. Conservo un grato recuerdo también de Gabriel Brau, con quien aprendí mucho sobre edición en blanco y negro digital. Continué la formación sobre calidad de imagen con Hugo Rodríguez, todo un referente, y edición avanzada con Rebeca Saray.
Llegó el momento de aprender fotografía de estudio y realicé talleres de moda y retrato en Madrid junto a ARE y Rodrigo Uquillas. Esta formación se completó con maestros de la moda como Luis Malibrán y el recordado Miguel Oriola (D.E.P.), todo un maestro con el que seguí profundizando mis conocimientos en fotografía de estudio y de moda en la escuela EFTI de Madrid. La formación fue completada junto a Jorge Salgado en retoque fotográfico digital avanzado para profesionales.
Tuve la oportunidad también de ampliar conocimientos de fotografía social con personajes como Yervant, aprovechando una gira por Europa de este genio australiano de la fotografía de bodas. Otros maestros importantes del género social, como Ricci Valladares o Jesús Padilla, fueron completando mis conocimientos.
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It is difficult to describe oneself, even in a superficial way and focused on a single activity, in this case, photography. I have loved photography for as long as I can remember; I felt fascinated by the "miracle" of capturing moments, most of them happy, and being able to relive them later. I remember that during my teenage years, I was always the one in charge of taking photos of friends and groups. Later, I met people who were great photography enthusiasts, and they influenced my passion for photography. I remember the first photography book I was given, which I still keep in my extensive library of books on photographic topics and have reread several times: "FOTOGRAFIAR" by Burkhardt Kiegeland. It was undoubtedly a magnificent introduction to a magical world where I became familiar with techniques, elements, photographic fields, and above all, it was my first approach to seeing photography as a form of expression rather than just a way to preserve memories.
It was the late '80s and '90s when significant technical and cultural publications about photography abounded. Two publications stand out as fundamental in my photographic journey: "Foto", brilliantly directed by the great master Manuel López, and the magazine "Arte Fotográfico", which focused more on photographic works. Through these publications, I learned to observe, to know the great masters of photography in our country—artisans of the chemical process and masters of technical precision. But I felt I lacked something fundamental: the ability to own the entire process through chemical development.
Just as I was about to delve into the darkroom, digital photography emerged strongly in the early years of the new century. The prices of photographic equipment skyrocketed: cameras, lenses, flashes, memory cards. The new technology evolved at breakneck speed, and everything quickly became obsolete. It was an entirely new and unfamiliar world that many could not keep up with; some masters failed to adapt to the new technology, and even major commercial brands disappeared. But, as happens in life and personal experiences, a challenge can become an opportunity, and so I set out to learn what was necessary to take full control of the entire creative process of photography. Said and done.
I began attending photography editing courses. Guided by great professionals like Fernando Ortega (Foto Natura), Beatriz Moreno, and especially José Mª Mellado—a figure considered one of the greatest masters of digital photo editing—I learned to process images. I also have fond memories of Gabriel Brau, from whom I learned a great deal about digital black-and-white editing. I continued my education on image quality with Hugo Rodríguez, a true reference, and advanced editing with Rebeca Saray.
The time came to learn studio photography, and I attended fashion and portrait workshops in Madrid with ARE and Rodrigo Uquillas. This training was further enriched by masters of fashion photography like Luis Malibrán and the late Miguel Oriola (RIP), a true master with whom I continued to deepen my knowledge of studio and fashion photography at the EFTI school in Madrid. My training was completed with Jorge Salgado in advanced digital retouching for professionals.
I also had the opportunity to expand my knowledge of social photography with figures like Yervant, taking advantage of a European tour by this Australian genius of wedding photography. Other important masters in social photography, such as Ricci Valladares or Jesús Padilla, further complemented my knowledge.
Finalmente, en esa búsqueda constante por conocer y profundizar en la fotografía de autor, he tenido la suerte de profundizar en el conocimiento del modo en que el gran fotógrafo David Jiménez imagina el mundo y llegar hasta el corazón de la fotografía.
La fotografía no es solo conocer herramientas y programas de edición; cada género fotográfico requiere amplios conocimientos específicos e incluso medios particulares: retrato, fauna, arquitectura, bodegón, fotografía de calle y fotografía social. Las imágenes que aquí se muestran son difíciles de encuadrar en las categorías fotográficas mencionadas anteriormente; si acaso mantienen algunas analogías con la fotografía de calle, en mi opinión, constituyen un género propio. Este género exige máxima concentración y atención ante la multitud de situaciones que se crean entre las imágenes religiosas y el gran número de personas que participan en los desfiles procesionales, así como los espectadores, entre otros.

Se requiere dominio técnico en situaciones complicadas: escenas dinámicas nocturnas con luz muy escasa, muchas veces solo luz de cera. Las atmósferas se envuelven en humo procedente de los incensarios, que oculta momentos o, en ocasiones, refleja los destellos del flash. Es necesario tener agilidad para no molestar en las procesiones y salir ileso de posibles quemaduras. También se necesita habilidad para elegir buenos lugares y excelentes perspectivas, así como atención para cambiar rápidamente de objetivo o focal y detenerse en los detalles. Todo esto se conjuga con sentimientos a flor de piel. En muchos casos, se oye el sollozo emocionado de alguien; un niño en brazos de su padre señala a una imagen y le lanza un beso; una anciana eleva la mirada con ojos llorosos; una pareja se abraza en la fría madrugada. Son infinitas las escenas emotivas y sentimentales que se concentran en estas manifestaciones.

Sin embargo, lo más importante en fotografía no es nada de lo que he mencionado antes; todo eso es secundario: “lo importante no es mirar, sino sentir. Si no puedes sentir lo que estás mirando, nunca conseguirás que los demás sientan nada cuando miren tus fotos” (Don McCullin). Este es el verdadero secreto de la fotografía; ese es el principio fundamental de este tipo de imágenes. Lo importante no es la cámara ni el luminoso objetivo que usas para hacer las fotos; tampoco lo es la técnica. Lo esencial es lo que hay detrás: “lo visible construye la forma, pero lo invisible le otorga valor” (Tao Te King). Así, la fotografía se convierte en un modo de exteriorización, en una forma de opinión; una manera no solo de ver, sino de mirar. Se transforma en el lenguaje personal de quien la realiza y la muestra. A partir de ahí, se establece un lenguaje visual propio y personal.

Como toda expresión artística, es necesario que esas imágenes sean valoradas en su justa medida; que se abandone el anonimato del autor en algunas publicaciones y se reconozca, junto a cada fotografía, al creador de las mismas, para bien o para mal. ¿Se les ocurriría recortar los textos que publican? Muchas veces, incluso, hay quienes se atreven a editar la imagen según su desacertado criterio, careciendo del respeto a la obra fotográfica que se les encarga reproducir. Soy un defensor a ultranza del respeto a la obra fotográfica; dice el gran fotógrafo y autor de obras imprescindibles de ensayo fotográfico, Tino Soriano, que “pocos apreciarán el trabajo de un profesional si este se desvaloriza” y añade que “lo que se adquiere sin ningún coste (no solo económico, añado yo) no tiene valor”.

Nada hay más decepcionante para un fotógrafo que ver sus obras copiadas, escaneadas o utilizadas sin su permiso. Desafortunadamente, me he encontrado con casos de personas que han utilizado indebidamente mis imágenes; individuos que han dispuesto de ellas a su libre albedrío y sin consentimiento. Estas actitudes reflejan un desprecio por los derechos de autor y personales más elementales. En estos casos, lamentablemente, hemos de recurrir a herramientas de protección y a la ley como única alternativa frente a estos hechos.
En un blog que edité hace años, bajo el mismo título, "Martos Santo", escribí: "Ojalá que, cuando mires estas imágenes, puedas percibir parte de las emociones que yo sentí cuando oprimí el disparador en ese instante". Ahora, años después de aquello, mantengo mis palabras y las refuerzo con una interesante reflexión tomada del libro Modos de ver, de John Berger: "Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos".

José M. López Bueno - 2025
Finally, in my constant search to learn and delve into author photography, I have been fortunate to deepen my understanding of how the great photographer David Jiménez imagines the world and to reach the heart of photography.
Photography is not just about knowing tools and editing programs; each photographic genre requires extensive specific knowledge and even particular resources: portraiture, wildlife, architecture, still life, street photography, and social photography. The images presented here are difficult to categorize within the previously mentioned genres; if anything, they may share some analogies with street photography. In my opinion, they form their own genre. This genre demands maximum concentration and attention to the multitude of situations created among religious images, the large number of people participating in processional parades, and spectators, among others.
Technical mastery is required in challenging situations: dynamic nighttime scenes with very low light, often just candlelight. The atmospheres are shrouded in smoke from censers, which obscures moments or, at times, reflects flashes of light. Agility is needed to avoid disrupting processions and to avoid burns. Skill is also required to choose good locations and excellent perspectives, as well as attentiveness to quickly change lenses or focal lengths and focus on the details. All of this is combined with raw emotions. In many cases, you can hear someone’s sobs of emotion; a child in their father’s arms points to an image and blows it a kiss; an elderly woman gazes upward with tear-filled eyes; a couple embraces in the cold early morning. The emotional and sentimental scenes concentrated in these manifestations are endless.
However, the most important thing in photography is none of the above; all of that is secondary: “What is important is not to look but to feel. If you cannot feel what you are looking at, you will never make others feel anything when they look at your photos” (Don McCullin). This is the true secret of photography; this is the fundamental principle behind this type of image. What matters is not the camera or the bright lens you use to take photos; nor is it the technique. What matters is what lies behind: “What is visible shapes the form, but what is invisible gives it value” (Tao Te Ching). Thus, photography becomes a means of externalization, a form of opinion; not just a way of seeing but of observing. It transforms into the personal language of the one who creates and shares it. From there, a unique and personal visual language is established.
Like all artistic expression, it is necessary for these images to be valued appropriately; for the anonymity of the author to be abandoned in some publications, and for the creator of the images to be recognized alongside each photograph, for better or worse. Would anyone dare to crop published texts? Often, some even dare to edit the image according to their misguided judgment, showing a lack of respect for the photographic work entrusted to them for reproduction. I am a staunch defender of respecting photographic work; as the great photographer and author of essential photographic essays, Tino Soriano, says: “Few will appreciate the work of a professional if it is devalued”, adding that “what is obtained without cost (not just economic, I might add) has no value.”
Nothing is more disappointing for a photographer than to see their works copied, scanned, or used without permission. Unfortunately, I have encountered cases of people who have improperly used my images—individuals who have taken them at their will and without consent. These attitudes reflect a disregard for the most basic copyright and personal rights. In such cases, unfortunately, we must resort to protection tools and the law as the only alternative to address these acts.
In a blog I edited years ago under the same title, "Martos Santo", I wrote: “I hope that when you look at these images, you can feel part of the emotions I experienced when I pressed the shutter at that moment.” Now, years later, I stand by my words and reinforce them with an interesting reflection from the book Ways of Seeing by John Berger: “We never look at just one thing; we are always looking at the relation between things and ourselves.”

José M. López Bueno - 2025
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